Perdona, hermano, si ya no te aguanto ni mezclado con coca cola.
Mi hígado, y mi paladar, maduraron antes que yo, y ya piden reservas, denominaciones de origen, vinos de podredumbre noble, botellas como Dios manda.
No me olvido, sin embargo, de las noches en las que fuiste mi más fiel compañero, noches de rotundo calimocho, y amistad vaporosa.
Estabas en envase de aluminio y cartón, y ahora si no es en una "riedel", ni el mejor reserva me llega al corazón.
En tu cata, no había aromas primarios, los secundarios no existían, los terciarios habían desaparecido, y para qué hablar de los recuerdos a fruta madura, compotados, y avainillados...
De color tarde de sábado, con un paso en boca de sabor a carmín y con un retrogusto a hierba y retozón.
¡Que decadencia!, ¡que decrepitud! mi paladar, mi hígado, y todo yo, nos hemos vuelto finos cual estirado sumiller.
Lloro tu pérdida, pero te juro, compañero, que en el fondo de mi, siempre seré tu amante adolescente con granos en la cara, que nunca te olvidará.