La pitahaya es una fruta hasta ahora exótica y de exuberante sensualidad. La belleza de la flor, una de las más grandes del mundo, es tan enorme como su efímera existencia sin olvidar su intenso olor a jazmín.
La primera vez que utilicé la pitahaya ( también conocida como yaurero, pithaya, pitaya, warakko o fruta del dragón) fue para hacer la famosa receta del libro como agua para chocolate de Laura Esquivel " codornices en pétalos de rosa", puedes recordarla pinchando aquí, creo que la compré en un viaje a Barcelona, en el mercado de la Boquería, hace ya bastante tiempo, posteriormente he comprobado como las venden en muchos más sitios, en la Boqueria las venden partidas por la mitad y con una cucharilla de plástico para ir comiéndola por la calle.
Verlas colocadas en este mercado es un auténtico placer estético, su corteza rosácea llena de escamas entre el verde y el amarillo, el delicado brillo de su pulpa repleta de semillas negras y esa sospecha de albergar el más dulce de los néctares. En mi mente se dibujaron paisajes lejanos de naturaleza salvaje mientras observaba su kilométrica geometría en el mostrador, no lo pude resistir y acabé comprando alguna.
Existen dos variedades principalmente: amarilla y roja que se diferencian no sólo por el color de su pulpa sino por su forma de corteza y su sabor.
La corteza de la amarilla luce espinas en lugar de escamas aunque estas se eliminan antes de llegar a los mercados, y el tamaño del fruto que es superior a la variedad roja.
La amarilla suele estar disponible en nuestros mercados de enero a marzo y de junio a septiembre mientras que la roja sólo de mayo a agosto.
Por otro lado aunque la pulpa parezca idéntica la variedad amarilla es más aromática y mas dulce, la roja es mas decorativa.
Dicen que estas frutas contienen una sustancia " la captina" que actúa como tonificante del corazón y calmante de los nervios.
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