Después de la noche de los domingos, siempre vienen las estrechas mañanas de los lunes, ella ya se lo había avisado, pero siempre tenía la esperanza de que aquel botón aun siguiera desabrochado.
Después de los sístoles acelerados de la pasión, los años apagan los ardores descontrolados, ella ya se lo había advertido, pero el, seguía con la escondida esperanza, de que le arrojase de nuevo aquella ropa interior de seda y de dulce tacto, tal y como lo hacía Kim Basinger, en nueve semanas y media.
Pero sucedía, que ella, siempre estaba, al otro lado del océano de la pasión, cuando el lo intentaba cruzar nadando.
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