Para hacer vino de calidad hay que trabajar con la cabeza, y donde mejor se demuestra es en la poda. Ya desde el invierno determinamos la futura relación entre hojas y uvas. Para ello se necesita mucha experiencia, pues en definitiva cada suelo, cada variedad y cada cepa requiere decisiones diferentes, año tras año. Las vides tienen un lenguaje propio, y el reto consiste en entenderlas.Si las cepas son jóvenes, hay que proceder con cuidado para conseguir que la planta se construya rápidamente y sin lesiones. Si está en la fase productiva, hay que pensar en el volumen de cosecha y en la salud de la uva. La poda siempre es una inversión en el futuro de la vid. Las cepas bien cuidadas facilitan la aplicación de medidas antiparasitarias y viven más.
Cepa garnacha centenaria antes de podar (previamente se le hizo una poda en verde poco después de vendimiar)
¿Sueño invernal en el viñedo? Ni por asomo. En los meses fríos, se sientan las bases de la nueva añada. Su herramienta de trabajo son las tijeras de podar.
Primero pensar, después cortar. Porque la poda requiere mucha sensibilidad en el trato de la cepa, la viña y la tradición. A estas cepas de garnacha vieja conviene dejarle pocas yemas, entre dos o tres kilos de uva por cepa máximo.
En las plantas jóvenes se deben dejar dos o cuatro yemas más que en las viejas, para que el diámetro de la baya baje. En la época del envero es recomendable tirar los racimos más retrasados.
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