lifara o alifara.
1. f. Ar. Convite o merienda, en especial como robra de una venta o convenio.
Esta es la acepción que da el D.R.A.E. de la palabra lifara o alifara, voz de uso profuso en Aragón en otros tiempos, aunque quizás haya desaparecido del vocabulario de uso popular, en estos tiempos de galicismos como gourmet, palabras como gastrónomos, o sociedades gastronómicas, todas ellas rinden culto al arte de buen comer y buena compañía...o a ese pecado tan venial que es la gula, aquí os transcribo dos textos, uno de la enciclopedia aragonesa y otro de Don Antonio Beltrán, en el que nos describe maravillosamente la historia de esas lifaras que acontecían como fruto de ventas y compras desde tiempos remotos en esta bendita tierra de Aragón.
Lifara o alifara, equivale a merienda excepcional por la abundancia y por realizarse con motivo de alguna celebración y siempre por un grupo de personas que cumplen un planteamiento social. Aunque de nombre árabe puede ser una derivación de la merienda romana que tomaban los siervos a media tarde como sustitutivo de la última comida del día que ellos habían de servir. Su concepto se inserta en la importancia concedida a la comida, como elemento festivo, entre los pueblos frugales por temperamento o necesidad económica. Esta idea pasa al refranero («la del pobre, antes reventar que sobre») y su desarrollo encaja en la rotura de la monotonía de los actos cotidianos, sin llegar al gran acontecimiento que exige la comida extraordinaria del mediodía.
No es indispensable, pero sí frecuente, que la lifara se realice en el campo, normalmente en las tierras de alguno de los participantes. Lo que se consume se paga a escote o es aportado por cada uno; la composición varía por razones económicas y depende de cada zona y de sus productos; normalmente carne de cordero o pollo o magras, con tomate y pimiento, pan y vino. En ocasiones se asocia con las romerías a santuarios y ermitas y con frecuencia con las fiestas de congregaciones o asociaciones de celebración anual, en cuyo caso se realiza con fondos comunes y, normalmente, con gran frugalidad.
Poseemos escasa información histórica y como institución popular presenta una gran variedad. Puede ser consecuencia de determinadas épocas u operaciones agrícolas o pastoriles; pero no debe confundirse con las comidas normales desarrolladas en el campo, a distancia de la casa, que dan origen a la costumbre de «llevar la comida» confiada a los niños o las mujeres. Se trata de un elemento festivo cuya base es la comida de alimentos que no son de uso normal y en cantidades incluso excesivas, pero sin llegar a la comida o banquete ritual.
De la enciclopedia Aragonesa.
Entre tópicos y "resurrecciones" llegamos a la conclusión de que no pasan de ser declaraciones casi líricas las muy generalizadas sobre nuestra gastronomía de la que valdría por ejemplo la de Enrique Lahuerta cuando asegura que la nuestra es una "cocina sin alquimia,...platos fuertes para un pueblo que tiene una sola fe y mucha solidez" que en realidad no se sabe lo que quiere decir. La realidad, que puede traducirse en tópico podemos hallarla en la lifara entre nosotros sinónimo de merendola preferentemente acompañada de jolgorio y de otros aditamentos no propiam,ente gastronómicos , es decir, prestando mayor atención al concurso y al ambiente, al rito social, que a lo suculento de las propias viandas que van a consumirse.
Sin duda estamos en presencia de una de las muchas costumbres que habiendo partido de un hecho ritual sacro o social, han perdido su primer significado aunque guarden algo de la forma primitiva.
En Aragón la conclusión de un contrato se sellaba con un convite, como en toda España sucede con un apretón de manos y beber con la parte contraria la copa o vaso, conocido tal exceso con término que significa para unos "alegría", del árabe alfarah, y para otros, probablemente más en lo justo, derivado de alifara equivalente a impuesto o tributo, aludiendo a la obligación moral o estipulada al cerrar un trato.
En los documentos medievales se habla de estas alialas, aldehalas, alifalas, o aligalas, de corroboración contractual, que reunían a los otorgantes, notario y testigo, habiéndose pactado previamente las cantidades destinadas a sufragar este exceso que quedan minuciosamente registradas en los documentos jurídicos archivados para responder de algo tan sagrado en nuestras tierras como el derecho de propiedad.
Como hemos dicho la palabra y el acto perdieron su sentido y así queda claro en la incomprensión del "ilustrado" Ignacio de Asso que atribuye a gula lo que no es sino una institución jurídica que escapaba a su fría erudicción: "Esta pasión de la gula introdujo la costumbre de las alifaras o comilonas que los contrayentes y testigos solían tener en las bendiciones y de la aldehala o sobreprecio que el comprador daba al vendedor en algunas especies comestibles". El sentido actual de lifara, bien lejos del original, se define por R. Andolz: " meredona, banquetazo, comida muy abundante y extraordinaria en los platos".
Conocemos "lifaras" por documentos medievales añadidas a contratos de compraventa o donación; en Uncastillo y 1213 un tal Muntaner y su esposa Orlita recibieron 20 dineros jaqueses de Pedro Sanz, como aliala por la venta de una viña que costó 200 sueldos; en 1186 se gastaron 10 sueldos en invitar a los intervinientes en una escritura a pan, vino, pescado y "otras cosas necesarias". A veces figuran sólo pan y vino; a principios del siglo XI Sancho, abad de Fanlo se comprometió a "tres cántaros de vino, diez panes y un queso grande" y en 1197 el abad de Sarsa a "pan et vin et carne ad abundantia". En cuaresma y adviento se sustituía la carne por el pescado; así en 1151 la compra de unos campos en Huesca se corroboró con "pan, vino, el pescado que llaman salmón y otras cosas necesarias por valor de 15 sueldos".
Sin duda la composición de estas lifaras contractuales variaba según la cuantía de la operación y también en función de la riqueza de las tierras donde se celebraban; en Peralta de Alfocea, en 1153, se incluían dos "faunas" de pan, cinco cuartas de vino y dos congrios, además de aceite, pimienta, guisantes, fresas y cebollas crudas y en Alagón, en 1135, treinta anguilas, entre otras viandas.En Sesa, en 1146, un carnero; y lo mismo en Ribagorza aunque se hace constar que se añade una ristra de ajos. En 1094, en Broto, la aliala fue de "dos panes, tres galletas de vino, una espalda de porco y dos conellos", repitiéndose en muchos sitios el cerdo, el carnero y la liebre como manjares ofrecidos y aceptados.
En 1192 aparece concretamente el cordero con guisantes. Y finalmente, se llega a la ternura en una aliala de una abuela a su nieto en Huesca, ea año 1165, al donarle unas casas que incluyó como aliala "neulas y piments" es decir obleas y vino especiado y endulzado con miel, que era final obligado como postres de banquetes y días señalados, como por ejemplo los de Navidad. Se podrá divagar acerca de lo peculiar de comer y beber para perfeccionar una donación o compraventa en vez de limitarse al apretón de manos o al vasito de vino que tras mucha conversación, al modo oriental, dan al trato de palabra tanto valor como al que se escribe en un documento. No enlaza este rito con el de los brindis o libaciones ni con los ágapes de muy diverso tipo que conocemos desde la prehistoria, al menos desde el Neolítico y sobre los que nos documentan los hallazgos arqueológicos y los textos de los escritores clásicos.
Antonio Beltrán (gastronomía Aragonesa)